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Ante la intensificación de la represión y la violencia estatal, existe una comprensible tendencia a buscar la seguridad evitando la confrontación. Pero ésta no siempre es la estrategia más eficaz.
“Aunque resulte contraintuitivo, en una situación confusa, muchas veces el mejor lugar, y hasta el más seguro, es la primera línea, para poder tener una visión clara de lo que ocurre a tu alrededor”.
-“De Lo Que Vivo”, relato de las manifestaciones contra la cumbre de la Unión Europea de 2003 en Salónica, Grecia publicado en Rolling Thunder #1.
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El abuelo de mi amigo creció en Alemania en los años veinte. Siendo judío, se involucró en organizaciones radicales y a veces tuvo altercados físicos con nazis. En unas memorias que grabó para su familia décadas después, describe la situación cuando los nazis tomaron el poder:
“En enero de 1933, Hitler se convirtió en canciller. Pensé que ahora comenzaría una revolución, pero en realidad no ocurrió nada. Los comunistas desertaron -a menudo en masa- hacia los nazis y los socialdemócratas resistieron un poco más, pero al final disolvieron sus organizaciones.”
En mayo de 1933, cuando tenía veinte años, se enteró de que iba a ser procesado por haberle roto la nariz a un nazi en una pelea callejera. En lugar de enfrentarse a juicio en un sistema judicial controlado por nazis, obtuvo inmediatamente un pasaporte y se embarcó en un tren con destino a Holanda esa misma noche a las 20.00 horas.
Unos años más tarde, el resto de su familia moriría en el campo de concentración de Auschwitz.
Esta historia ilustra elegantemente un fenómeno sorprendentemente común. Si el abuelo de mi amigo no hubiera participado en enfrentamientos abiertos con los nazis desde el principio, si hubiera agachado la cabeza y evitado los problemas, probablemente se habría quedado en Berlín y habría corrido la misma suerte que sus familiares. Al tomar la ofensiva, se puso en peligro, pero paradójicamente, a la larga, eso le salió mejor que optar por la opción a priori “mas segura.”
Del mismo modo, los participantes en la guerrilla clandestina de la resistencia judía fueron de los únicos que sobrevivieron a la aniquilación del gueto judío de Varsovia por los nazis. Al organizarse para enfrentarse frontalmente a la amenaza nazi, desarrollaron una sólida relación con su protagonismo, y esto les sirvió cuando la única salida fue organizar una audaz huida del gueto asediado e incendiado a través del sistema de alcantarillado.
Para quienes forman parte de grupos marginalizados y apuntados por el poder, el impulso inicial suele ser retirarse, esconderse. Sin embargo, cuando se trata de la autopreservación individual y colectiva, puede ser más sensato actuar con firmeza al principio, mientras aún es posible influir en el curso de los acontecimientos. Incluso si sale mal, puede ser mejor llevar el conflicto a un punto crítico inmediatamente, antes de que el adversario se haga aun más poderoso. Aunque sea nada mas que por ese motivo, esta estrategia tiene la virtud de impedir que nos adormezcamos con una falsa sensación de seguridad mientras crece la amenaza.
No siempre las cosas salen así, pero a veces estamos más segur@s en la primera linea.
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“No hay motivo para dormir acurrucado y encorvado. No es cómodo, no es bueno para ti, y no te protege del peligro. Si te preocupa un ataque, debes permanecer despierto o dormir ligeramente con las extremidades desplegadas para la acción”. Obra de Jenny Holzer.
Era el mediodía del 20 de abril de 2001. Mis compañer@s y yo nos habíamos reunido junto a otros cientos de anarquistas y anticapitalistas en la Universidad Laval de la ciudad de Quebec para una manifestación hacia una cumbre transcontinental destinada a establecer un “Área de Libre Comercio de las Américas”. En el centro de la ciudad, detrás de kilómetros de vallas protectoras y miles de policías antidisturbios, George W. Bush y sus colegas jefes de Estado tramaban pasar por encima de las leyes laborales y las protecciones medioambientales para enriquecer a sus patrones a nuestra costa.
El sol brillaba. Cada vez llegaba más gente al punto de partida. Un grupo incluso apareció con una catapulta. La policía no asomaba por ningún lado.
Aun así, estaba ansioso. La mayor parte de mi experiencia con la violencia era subcultural: peleas con cabezas rapadas o en conciertos de hardcore. Nunca me había enfrentado a un ejército de policías. En una reunión la noche anterior, un organizador local nos había dicho que sería imposible llegar hasta el vallado que rodeaba la cumbre: había demasiados policías con demasiados chalecos antibalas y armamento.
Cuando la multitud empezó a salir de la universidad hacia la calle, le consulté a un camarada más experimentado. “¿Deberíamos quedarnos atrás y ver qué pasa?”. le pregunté.
“Si queremos ver que esta pasando, tendremos que estar adelante”, respondió con naturalidad.
Marchamos directo hacia la valla que rodeaba la cumbre y la derribamos. La policía no pudo detenernos. El “Área de Libre Comercio de las Américas” nunca fue ratificada.
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Anarquistas marchando hacia la “Cumbre de las Américas” en la ciudad de Québec, abril de 2001.
El consejo de mi amig@ me vino bien cuatro años después, el día en que George W. Bush inició su segundo mandato. Aquella noche, tras la manifestación diurna contra las ceremonias inaugurales, una segunda manifestación recorrió el barrio de Adams Morgan, destrozando bancos y empresas y atacando una subestación de policía. Algunos participantes dejaron caer una enorme pancarta por la fachada de un edificio en la que se leía “De DC a Irak: con la ocupación llega la resistencia”. Intentábamos obligar al régimen de Bush a poner fin a la ocupación de Irak, que causó innumerables víctimas civiles y más tarde contribuyó al catastrófico ascenso del Estado Islámico.
Cuando la manifestación se dispersó, un camarada y yo nos encontramos entre varias personas que caminaban por un callejón. Delante de nosotros aparecieron agentes de policía en la salida.
Podríamos haber dado la vuelta y corrido en otra dirección. Pero entonces nos habríamos encontrado en la parte trasera del grupo, sin poder ver hacia dónde corríamos. “Corre, corre hacia delante”, le dije a mi compañer@. Mientras lo deciamos, ya estábamos corriendo.
Pasamos corriendo junto a los policías justo en el momento en el que cerraban su línea en la boca del callejón. “No dejen salir a ninguno más”, escuche que le ladraba uno a otro.
Fuimos los últimos en escapar. La policía también había bloqueado el callejón desde el otro lado. Obligaron a los que venían detrás de nosotros a arrodillarse en la nieve durante horas. Años más tarde, los detenid@s obtuvieron una compensación de parte de la ciudad por los hechos, pero de todas formas era mejor escapar.
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Washington, DC, 20 de enero de 2005.
El 25 de agosto de 2008, en Denver, durante las manifestaciones en contra la Convención Nacional Demócrata, un par de centenares de personas se reunieron para una manifestación que había sido anunciada pero nunca organizada. Seguíamos protestando contra la ocupación de Irak y contra el capitalismo en general.
Había policías con blindados en grupos de una docena repartidos por todo el parque y las calles circundantes, superando en número a los jóvenes sentados con sudaderas negras. Un vehículo debía entregar pancartas, pero nos llegó el rumor de que la policía había detenido al conductor. Sin embargo, cuando parecía seguro que no iba a pasar nada, unos cuantos jóvenes se levantaron las capuchas y empezaron a corear.
¿Quiénes son estas personas? recuerdo haberme preguntado. ¿En qué están pensando, entrelazando los brazos y encapuchándose con cientos de policías antidisturbios rodeándoles, y policías de civil por todas partes? ¿Qué pretenden lograr?
No obstante, las demás personas que se habían reunido para la manifestación se reagruparon con ellos y empezaron a marchar hacia afuera del parque. Sólo llegaron hasta el borde de la calle, donde el escuadrón de policía más cercano formó una línea que les bloqueó el paso y les roció con gas pimienta. Todavía no se había producido ninguna protesta, no había oído ninguna orden de dispersión, y la policía ya estaba utilizando armas químicas.
Un camarada y yo observamos todo esto con consternación. Todavía éramos unos doscientos, pero la policía se acercaba por todos lados y la multitud estaba desorientada y descoordinada. Era la receta para el desastre.
Estábamos en la parte de atrás de la multitud. Pero la retaguardia puede convertirse en vanguardia, es sólo cuestión de iniciativa. Mi compañer@ empezó a gritar una cuenta regresiva. Otr@s se unieron, instintivamente. Contar juntos el momento hacia la acción concentró nuestra atención, nuestras expectativas, nuestro sentido de nosotros mismos como fuerza colectiva capaz de una acción concertada. A los pocos segundos, treinta de nosotros estábamos corriendo por el pasto alejándonos de la línea policial.
Al ver esto, el resto de la multitud se sumo. En pocos segundos, cientos de personas corrían por el parque hacia el cruce situado al otro extremos del parque, donde la policía aún no se había organizado.
Ahora la energía en el aire era eléctrica, en contraste con el malestar y la incertidumbre de un momento antes. Atravesamos el cruce, en el que unos jóvenes emprendedores colocaron una señal municipal que decía “Carretera cerrada”, y de repente nos acercamos al distrito comercial.
El mismo principio nos sirvió más tarde, cuando vimos una línea de policías antidisturbios que se desplegaban a lo ancho en una intersección a una cuadra de distancia. Sin parar a pensarlo, mi companer@ y yo nos lanzamos hacia ellos. Alcanzamos la línea de policías y nos escabullimos entre ellos antes de que pudieran bloquearnos el paso. Tenían órdenes de crear una barrera, no de perseguirnos. Estábamos a salvo.
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Denver, 25 de agosto de 2008.
En la mañana del 20 de enero de 2017, otro compañer@ y yo nos sumamos a la manifestación en el centro de Washington, DC, en oposición a la inauguración de Donald Trump. En las décadas que habían transcurrido desde la segunda inauguración de Bush, la policía de todo el país se había militarizado, recibiendo presupuestos cada vez mayores incluso cuando los políticos afirmaban que no había dinero disponible para nada más. Esta vez, las calles estaban colmadas por 28.000 efectivos de las fuerzas del orden.
Hubo enfrentamientos con la policía desde el momento que empezó la manifestación. El ulular de las sirenas de la policía, las ensordecedoras explosiones de granadas de fragmentación a corta distancia, el acido aroma del espray de pimienta, el rugido de las motocicletas de la policía, el chisporroteo de la adrenalina… era una situación aterradora, pero los manifestantes que nos rodeaban daban tanto como recibían. La idea era establecer un modelo de resistencia en el primer día de la administración Trump, enviando el mensaje a todo el mundo de que nadie debe aceptar pasivamente la intensificación de la tiranía.
Cuanto más tiempo pasábamos en la calle, más peligrosa se volvía la situación. Cuando volvimos a pasar por Franklin Square, doblando sobre nuestras huellas, estaba claro que era cuestión de tiempo que nos rodearan.
En el centro de DC, entre las intersecciones, las calles son como largos tramos de barranco entre los acantilados de los edificios. Sabía que la policía quería encerrarnos y acorralarnos. Cada vez que pasábamos por una intersección, miraba hacia las intersecciones situadas a una manzana a cada lado para ver si la policía nos seguía por las calles paralelas, preparándose para cortar nuestras rutas de salida. Cada vez que salíamos de una intersección para adentrarnos en otro tramo del barranco, vigilaba las intersecciones de delante y de detrás para ver si había policías. Siempre que nos movíamos entre intersecciones, éramos vulnerables.
A medida que nos acercábamos a la calle 13, la policía motorizada nos paso por la vereda de nuestra izquierda, intentando adelantarnos y apoderarse del cruce que teníamos delante. Todavía estábamos a cientos de metros de la intersección. Insté a mi compañer@ a que corriera hacia adelante conmigo, y con un pique pasamos la manifestación, pasando por delante de los policías en bicicleta y los policías en moto, que empezaron a embestir con sus vehículos a la gente que iba inmediatamente detrás de nosotros. Cuando los policías vieron que unos cuantos de nosotros ya estábamos a sus espaldas, renunciaron en su intento de formar un cordon y volvieron a concentrarse en correr delante de nosotros. La policía odia que la flanqueen, no puede arriesgarse a ser rodeados.
El enfrentamiento en la intersección demostró que la manifestación ya no controlaba el territorio que la rodeaba. Era el momento de retirarse. Corrimos por un callejón a nuestra derecha poco antes de la siguiente esquina. Otros cien hicieron lo mismo. Quienes siguieron hacia adelante fueron bloqueados por una línea de policías en la siguiente esquina, y se dieron la vuelta sólo para descubrir una línea policial mucho más fuerte que les bloqueaba por detrás.
Durante dos largos minutos, la multitud se detuvo confundida y consternada. Algunas personas que se encontraban sobre la parte de atrás de la manifestación ya se habían quitado la ropa negra con el objetivo de pasar por civiles para poder salir de la zona, sin darse cuenta de que ya estaban atrapad@s por todos lados.
Los participantes de la parte delantera de la manifestación no se cambiaron la ropa y se cogieron de los brazos. Alguien gritó: “¡Vamos a hacer una cuenta regresiva!”. Hicieron una regresiva rápida de diez a uno y cargaron directamente contra la línea policial que tenían delante. La persona que encabezaba la carga sostenía abierto un endeble paraguas mientras todos corrían a ciegas hacia delante. Increíblemente, el paraguas les protegió del chorro de spray de pimienta que les tiro la policía en respuesta.
Cincuenta de ell@s rompieron la barrera policial y escaparon. Los que se quedaron, esperando a ver si la carga se abría paso exitosamente antes de unirse a ella, permanecieron atrapados por la policía.
Más tarde, alguien publicó un comentario en chiste en las redes sociales en el sentido de que el truco mágico ese día para no terminar en problemas consistía en ir siempre corriendo hacia la policía con un martillo en la mano. Pero el chiste no estaba del todo errado. Mas adelante, al ver las imágenes policiales que se entregaron a los acusados en el juicio posterior, vimos que incluso después de que la policía y los guardias nacionales hubieran reforzado su línea, un individuo emprendedor había escapado simplemente corriendo lo más rápido posible directamente hacia ellos y agachándose entre dos de ellos al pasar.
Tod@s los detenid@s fueron acusados de ocho delitos graves cada uno -hasta ochenta años de prisión- por el delito de ser detenidos en masa en las inmediaciones de una manifestación combativa. Algunos se declararon culpables y aceptaron ofertas de la procuración, pero todos los demás se mantuvieron unidos, establecieron un plan de defensa colectivo y se enfrentaron al sistema judicial. Al final, tras dos juicios en los que todos los acusados fueron declarados inocentes, se retiraron los cargos contra todos los demás. Años más tarde, todos ellos recibieron pagos del Estado para saldar las demandas resultantes.
Suena a metáfora, pero lo digo tanto en el sentido literal como figurativo. Ya sea en una manifestación o en un juicio, a veces la vanguardia es el lugar mas seguro.
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Washington, DC, 20 de enero de 2017.
Varios años después, estuve en Atlanta con motivo de la movilización Block Cop City. Los manifestantes habían estado intentando detener la construcción de una instalación multimillonaria para militarizar aún más al aparato policial. Como represalia, la policía había asesinado a una persona y detenido a un gran número de personas al azar, acusándolas de terrorismo y acusando a sesenta y una de ellas con cargos falsos de crimen organizado.
Antes de la acción propiamente dicha, hubo dos días de debates y discusiones en un centro comunitario cuáquero local. Todo el mundo estaba tenso. El objetivo era intentar marchar hacia el bosque y ocupar el predio y la zona de construcción. ¿Nos detendrían a tod@s? ¿Nos acusarían a nosotros también de terrorismo y extorsión? Las discusiones giraban en círculos mientras la gente intentaba infructuosamente predecir lo que ocurriría y evaluaba su propia tolerancia al riesgo.
Se decidió que habría tres bloques autoorganizados dentro de la manifestación: esencialmente, el frente, el centro y la retaguardia. Oficialmente, esta distinción no se basaba en el riesgo previsto, porque los organizadores no podían hacer promesas sobre lo que haría la policía. Pero nadie podía plantearse a qué bloque unirse sin volver a plantearse cuestiones más amplias. ¿Hasta qué punto temo la violencia de la policía y del sistema judicial? ¿Qué estoy dispuesto a sacrificar por este movimiento?
Sólo l@s poc@s audaces que habían hecho las paces con sus miedos y se habían comprometido a ponerse al frente de la manifestación parecían estar tranquil@s. Incluso dentro del bloque “del medio”, había mucha agonía y regateo. “Voy a estar en el medio, pero no al frente del medio…”.
Esa noche le expliqué a mi familia qué hacer si no volvía a casa de la manifestación. Mis dos parejas sentimentales, independientemente la una de la otra, me preguntaron si realmente era tan importante para mí participar en esta precisa manifestación. ¿No podía dejárselo a los activistas más jóvenes?
Es más seguro en la primera linea. Recordaba este dicho de movilizaciones anteriores, pero, pensándolo bien, no estaba tan segur@. ¿Cómo podía ser más seguro cargar directamente contra las líneas policiales? El eslogan destilaba lecciones extraídas de mi propia experiencia, pero al enfrentarme a otra situación peligrosa, tenía mis dudas.
La mañana de la movilización nos reunimos en el parque. A pesar de algunos destellos festivos, el ambiente era sombrío: unos centenares de personas arriesgándose a ser heridas, detenidas o encarceladas por el honor de un movimiento asediado. Much@s habían decidido no acudir a último momento. Salimos del parque en columna, cada un@ manteniéndose fiel a su posición particular en el espectro de tolerancia al riesgo. Mientras marchábamos por el estrecho paseo peatonal, esto tenía sentido, pero tenía menos sentido cuando salimos a la carretera principal y avanzamos hacia las obras. Deberíamos habernos desplegado en abanico para formar un frente amplio al acercarnos a las filas de policías y vehículos blindados que bloqueaban la ruta, pero no, la multitud se estiró verticalmente hasta formar casi una fila india, como corderos alineados yendo al matadero.
No obstante, quienes iban a la cabeza de la manifestación aceleraron, formando una cuña en forma de V con sus pancartas reforzadas y apuntando con sus paraguas hacia delante para bloquear la vista de los policías mientras cargaban directamente contra sus escudos. Los demás nos arrastramos detrás de ell@s, manteniendo las posiciones que nos habíamos comprometido a mantener, ni más ni menos.
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Personas reunidas para iniciar la manifestación Block Cop City, 13 de noviembre de 2023.
Las personas con las pancartas reforzadas hicieron retroceder a la primera línea de policías hasta que fue reforzada por una segunda línea. Incluso entonces, no cesaron en su empeño y siguieron avanzando contra la policía. Los policías arremetieron con sus porras, pero siguieron perdiendo terreno. El bloque que encabezaba la manifestación se mantuvo unido, protegiéndose unos a otros, actuando deliberadamente. Quizá tenían miedo, pero no era el miedo lo que determinaba sus acciones.
Mirándoles desde detrás, estaba aterrorizad@. Agradecí no estar adelante, teniendo que tomar esas decisiones. Las porras de la policía dan miedo, la cárcel da miedo, los cargos por delitos graves dan miedo, pero lo que realmente da miedo es la responsabilidad. La gente acepta muchas consecuencias negativas en su vida sólo para evitar tomar responsabilidad. Y, por desgracia, es imposible: por mucho que lo intentemos, no podemos evitar el hecho de que, mientras seamos capaces de tomar decisiones y actuar, somos responsables por nosotros mismos. Eso sigue siendo igual de cierto ya sea si vas adelante, atrás, o incluso si decidís ni siquiera aparecer.
Vi cómo los que iban delante de mí hacían retroceder a las dos filas de policías hasta llegar a una tercera formada por tropas de asalto futuristas. Debajo de su indumentaria militar no se distinguía ningún rastro de humanidad; ni siquiera se les veían los ojos. Se habían retirado por completo de la comunidad humana. Los soldados de asalto sacaron botes de gas lacrimógeno. Observé con incredulidad cómo lanzaban los botes uno tras otro por encima de las cabezas de los que iban delante, al medio de la manifestación, en medio de los que esperábamos que otros corrieran riesgos en nuestro nombre, que pretendíamos ser simplemente un apéndice de la iniciativa de otr@s. ¿Quizás habría sido más seguro estar en el frente?
Fue en ese momento que todo se desapareció en medio de una bruma blanca y venenosa.
Retrocedimos a ciegas, entre la desorganización, asfixia y tos. Pero las tropa de asalto habían gaseado también al resto de los policías, y éstos no llevaban máscaras antigás. Ellos también se habían replegado. Contra todo pronóstico, la batalla concluyó en empate.
Al final, la única persona que fue detenida en todo el transcurso de ese día fue alguien que había optado por desempeñar un papel de apoyo lejos del lugar de la acción. Fue detenid@ en un vehículo cerca del parque del que habíamos partido. No se acusó a nadie de terrorismo ni de asociación ilícita.
Con toda nuestra ansiedad, habíamos olvidado el mayor riesgo de todos: que no hiciéramos nada, que nos dejáramos acobardar y abandonáramos las calles. Con tanta gente enfrentándose ya a acusaciones extravagantes, marcharon hacia las obras era una propuesta arriesgada, pero permitir que el Estado aplastara el movimiento habría sentado un precedente que amenazaría a otros movimientos, envalentonando a las autoridades para utilizar las mismas tácticas en otros lugares contra muchos otros como nosotros.
A veces sólo se puede saber cuáles son los riesgos arriesgándose. Esta vez, habíamos tenido suerte. Pero, en cierto modo, también habíamos superado una prueba.
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Anarquistas en la manifestación del Primero de Mayo en Bandung, 2019. Fotografía de Frans Ari Prasetyo.
No es realmente más seguro en la primera linea. Quedarse en casa es más seguro; al menos, es más seguro hasta que las consecuencias a largo plazo de abandonar las calles se hacen sentir. A partir de entonces, ya ningún lugar es seguro, y resulta que habría sido mejor correr algunos riesgos menores antes.
Los antifascistas que acudieron a Charlottesville en agosto de 2017 para enfrentarse a la concentración “Unite the Right” se expusieron al peligro. Un@ de ell@s murió y varios resultaron gravemente heridos. Pero si se hubieran quedado en casa, si hubieran permitido que los fascistas establecieran el control de las calles, el mundo entero se habría vuelto más peligroso. La probabilidad de que hoy nos veamos obligados a librar de nuevo esa misma batalla no disminuye el hecho de que nos hicieron ganar ocho preciosos años de relativa seguridad.
Incluso cuando todo está irremediablemente perdido, suele ser mejor actuar con valentía, enviando una señal de esperanza a través de las generaciones, como hicieron los comuneros de Paris y los rebeldes de Kronstadt. Al hacerlo, al menos conservas la posibilidad de que otros se sientan inspirados a seguir intentando construir el mundo que deseas, de modo que un día tu sueño pueda hacerse realidad, aunque sea sin ti, pero al menos gracias en parte a tus esfuerzos.
Pero ese no es el momento en el cual nos encontramos hoy. Nos enfrentamos a adversarios poderosos, pero la mayoría de la gente, incluidos muchos de sus partidarios, tiene buenas razones para oponerse a ellos junto a nosotros. Si unimos a la gente, si demostramos formas eficaces de contraatacar, poniendo nuestra propia tolerancia al riesgo a disposición de luchas más amplias, mucha más gente acabará uniéndose a nosotros. No hay razón para apresurarse a glorificar el martirio o aceptar la derrota cuando el futuro no está escrito.
No todo el mundo puede estar en primera linea todo el tiempo, por supuesto. Puede ser agotador. Pero la primera linea no es una ubicación espacial. Bien entendido, no requiere necesariamente un tipo concreto de habilidad física o conjunto de aptitudes. Es una forma de participar en los acontecimientos, de permanecer centrad@s en nuestra capacidad de acción, tomando la iniciativa siempre que podamos en lugar de limitarnos a reaccionar a las iniciativas de nuestros oponentes. Todo el mundo puede abrir un nuevo frente de lucha identificando una vulnerabilidad en el orden imperante y pasando a la ofensiva. Cuantos más frentes haya, más seguros estaremos tod@s.
Frente a la segunda administración de Donald Trump, muchos anarquistas y antifascistas no saben por dónde empezar. Durante la anterior administración Trump, luchamos duro contra un adversario que era mucho más poderoso que nosotros, y ganamos -sólo para que la victoria sea arrebatada de nuestras manos por Demócratas cobardes, que ansiosamente tomaron el relevo donde los Republicanos lo dejaron, en el camino decepcionando a tanta gente que Trump pudo volver al poder. Pero esa no es razón para rendirse, esta vez; simplemente demuestra que teníamos razón respecto a la naturaleza del poder, y le debemos al mundo demostrar una alternativa real.
En los países gobernados por el fascismo u otras formas de despotismo, la mayoría de la población no apoya necesariamente a las autoridades; simplemente se ha desanimado, se ha acostumbrado a la pasividad. Mucho más que los liberales, los anarquistas están acostumbrados a ser superados en número y en armamento, a luchar contra probabilidades abrumadoras. Mientras los Demócratas inventan excusas para los fascistas o incluso abrazan sus políticas, nosotros debemos demostrar que es posible emprender acciones ambiciosas y comprometidas para resistir.
Si sentís desesperación, si te sentís derrotad@, si te encontrás a vos mismo disociándote o centrándote en lo que hacen nuestros opresores en lugar de en lo que podes hacer vos mism@, ese es territorio que el enemigo ha conquistado dentro de ti.
No les des nada sin luchar. Mantente centrado en tu autonomia. Cada hora, cada día, estés donde estés, siempre hay algo que podes hacer. Cuida de vos y de quienes te rodean. Estate atent@ a las oportunidades que se presentan y aprovéchalas. Estamos en una lucha, pero es una lucha que podemos ganar. El lugar más seguro es en la primera línea.
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