Un espectro está atormentando a la civilización occidental:
el espectro del Adulterio.
Si el sistema de relaciones de dos partes, es la cima del éxito alcanzado de cien mil años de amor entre seres humanos, ¿por qué es tan común el adulterio, que es prácticamente considerado como material gráfico de recurso en el humor burgués de salón… y empleo para un ejército entero de abogados matrimoniales?
Si todo lo que cada uno de nosotros realmente desea es “un amor verdadero”, ¿por qué no podemos mantener al resto del mundo fuera del alcance de nuestras manos? Si realmente quieres saberlo, deberías ir directo a la fuente y preguntarle a la adúltera misma, o tal vez no tengas que ir tan lejos: quizá tú misma hayas tenido tendencias o affaires adúlteros, como las estadísticas lo indican.
“Los Buenos Matrimonios Llevan Trabajo”
Crecer en un ambiente dominado por la economía capitalista, nos enseña ciertas lecciones psicológicas que resultan difíciles de olvidar: Cualquier cosa de valor sólo está disponible en dosis limitadas. Exige lo que es tuyo, antes de que te dejen sola y sin nada. Aprendemos a medir compromiso y afecto, en términos de cuánto es que los otros están dispuestos a sacrificar por nosotros, sin poder imaginar que el amor y el placer pueden ser cosas que se multiplican cuando son compartidas. En una relación saludable, al contrario, amigos y amantes se permiten mutuamente poder hacer, vivir y sentir más. Si sientes, en tus entrañas (si no es en tu cabeza), que monogamia significa renunciar a algo (tu “libertad”, como se dice), entonces, los modelos de explotación han penetrado incluso hasta en tu vida romántica. Semejante balance del tipo costo-beneficio, simplemente no se calcula. Todos sabemos que Los Buenos Matrimonios Llevan Trabajo. Ahí está —de nuevo— el trabajo: el pilar fundamental de nuestra cultura de alienación. Trabajo asalariado, trabajo de pareja; ¿has alguna vez dejado de trabajar? ¿Aceptas limitaciones sofocantes a cambio de afecto y apoyo, de la misma manera que intercambias tiempo por dinero en tu trabajo? Cuando tienes que trabajar en la monogamia, estás de vuelta en el sistema de intercambio: la economía de tu intimidad está regida del mismo modo que sucede con la economía capitalista, por escasez, amenazas y prohibiciones programadas, y protegida ideológicamente por garantías de que no existen alternativas viables. Cuando las relaciones se convierten en trabajo, cuando el deseo está organizado contractualmente, donde las cuentas son mantenidas y la fidelidad es sustraída —como la mano de obra a los empleados—, con el matrimonio como una fábrica doméstica vigilada por medio de una rígida disciplina de personal, diseñada para mantener a las esposas y a los maridos encadenados a la maquinaria de la reproducción responsable; entonces, no debería sorprender que algunos individuos no puedan evitarlo, sino que también se rebelen. El adulterio, completamente opuesto al Buen Matrimonio, llega de manera natural, sin siquiera haber sido invitado. De pronto, te sientes transformada: despertada de ese cementerio de la pasión —ya muerta— que ha sido tu relación, para sentir de nuevo esa excitación. No deberías estar sintiendo nada de esto, ¡maldita sea!, y aún es la primera vez que has sido exaltada por una felicidad pura y no forzada, en quién sabe cuánto tiempo; oh, el dulce optimismo de algo nuevo, algo que todavía no es predecible… es como si la sorpresa, el riesgo, el gozo, la satisfacción, fueran de nuevo posibilidades genuinamente imaginables. ¿Quiénes, si pudieran sentir lo que estás sintiendo ahora mismo, podrían exigirte que te resistieras a ello?
Momentos Robados…
La adúltera recibe un curso intensivo de cuán ocupados están el tiempo y el espacio donde ella vive. Inmediatamente queda en claro de cuán poco tiempo ella dispone: tiempo cuando no está bajo observación. Resulta ser que su jornada laboral no termina cuando deja el lugar de trabajo, ya que ésta se extiende en ambas direcciones: antes y después de la misma, consumiendo prácticamente su vida por completo. La dominación del espacio, también es puesta al descubierto: ¿Cuántos lugares hay para que pueda pasar el tiempo con su nuevo amante; lugares que no necesite alquilar con dinero, con explicaciones respetables, y con la imagen de la responsabilidad social? ¿En qué pocos momentos no se encuentra sujeta a directrices impuestas por fuerzas externas: directrices que simplemente no tengan que ver con nada más que con sus necesidades emocionales y físicas? La adúltera se convierte en una experta en el robo de pequeñeces, robando momentos de su vida —uno por uno— de sus “legítimos dueños”: su esposo, su jefe, su familia, y sus obligaciones sociales. Al igual que el vándalo, ella lucha por la pertenencia de su mundo, de la única manera que conoce: a través de pequeños y grandes actos simbólicos de sedición diaria, con los que ella —cuidadosamente— construye un mundo aparte infinitamente frágil. Allí ella se esconde (en espíritu cuando no puede en persona), esperando no ser descubierta y tener que rendir cuentas por haberse convertido en lo que se convirtió: una traidora ante la entera civilización que la crió.
“La Honestidad es el Mejor Principio”
La sociedad, personificada por su desafortunado esposo, le exige a la adúltera ser honesta y franca con todo; cuando en realidad simplemente la condenará por esto. Intenta asegurar su acatamiento a través de interrogaciones de rutina (“¿quién era ése en el teléfono, querida?”), vigilancia (“¿crees que no me di cuenta de cuanto tiempo pasaste hablando con él?”), búsqueda y ataque (“¿y qué demonios debo suponer que es esto?”), y tácticas más serias de intimidación: la expulsión total del único hogar y comunidad que probablemente ella conozca. La adúltera, a quien le gustaría poder decir la verdad, es forzada a utilizar el Cociente Miseria para calcular si puede permitirse a sí misma decirla o no: divide tu infelicidad actual por las nocivas consecuencias de enfrentarte a ésta, multiplícala por tu temor a lo desconocido, y luego piénsalo dos veces acerca de si realmente es necesario actuar después de todo. Ésta es la misma fórmula utilizada por trabajadores inmigrantes explotados y chicos encerrados en los infiernos de las escuelas privadas; por mujeres maltratadas y secretarias acosadas sexualmente.
Lo que aquí le está faltando a nuestra sociedad, es la sabiduría de comprender que decir la verdad no sólo es responsabilidad de quien la dice. Si realmente quieres saber la verdad, debes hacérselo fácil a las personas para que te la digan: debes ser verdaderamente comprensivo y estar listo para lo que pueda llegar a ser, y no sólo exigir respuestas a tus “justas” preguntas o jugar al policía bueno / policía malo (“sólo dímelo, te prometo que lo entenderé… ¡¿hiciste QUÉ?!”). Lo único a lo que eso puede conducir, es a una acción evasiva, o en el mejor de los casos a que la víctima de tu interrogatorio encuentre formas de mentirse a sí misma, como así también a ti. Ni nuestra sociedad, ni —consecuentemente— sus cornudos y cornudas, están listos para la revelación de la verdad que la adúltera tiene para ofrecer, y que solamente se encuentra segura en los protectores oídos de su ilícito amante.
“Las Personas Resultarán Lastimadas”
Inevitablemente a pesar de las mejores intenciones y los más secretos planes de la adúltera, las personas resultarán lastimadas. Pero más importante que eso, es saber que la gente ya estuvo lastimando, sólo que de un modo invisible, en el impuesto silencio doméstico de la “familia feliz”, o de lo contrario medidas tan drásticas no hubieran sido necesarias en un principio, para hacer que corazones muertos volvieran a latir. ¿Sería mejor que las rutinas y las ilusiones del matrimonio continúen sin ser jamás perturbadas, y de este modo el tedio de todos pueda continuar rumbo al amargo final? ¿Podría llegar a ser preferible para la insospechada pareja seguir midiendo su valor como amante y como cónyoge, de acuerdo a los valores de fidelidad que terminan por reprimirte, valores que ya han sido violados, no en los papeles, pero sí en su esencia? Por supuesto que en lugar de engañar, podrías haber ido a un consejero matrimonial, haber sido “honesta” con tu cónyuge en lugar de contigo misma, y alejarte de los nuevos horizontes que viste comenzar a nacer en los ojos de tu posible amante; intentando en lugar de ello alcanzar una aceptable imitación-sustituto de felicidad con tu legalmente reconocida pareja, o podrías haber recurrido a automedicarte a una adormecida sumisión con televisión o Prozac, si ello fallase…
Para ir directo al grano: ¿Realmente, está siempre mal tener el simple deseo de no estar emocionalmente muerto? ¿Qué vastas cantidades de confianza en ti misma, y de derecho, se necesitarían para que los modernos hombres o mujeres casadas se arriesgaran a sentirse vivos, desprovistos de las armas gemelas de la autojustificación y la autorecriminación? La adúltera descubre que se encuentra atrapada en la vida que ha adoptado, bajo el aliento y las amenazas del modelo romántico establecido, y a pesar de sus mejores intentos de controlarse, ha comenzado a tramar un escape. Si se pusiera a reflexionar de manera lúcida sobre su situación, su ser secreto se podría rebelar y comenzar a preguntarse a si mismo acerca de las cuestiones verdaderamente importantes: ¿Qué clase de vida realmente aspira a vivir? ¿Cuánta libertad y satisfacción merece sentir? ¿Cómo es que llega a ocurrir que ella lastima a otros, simplemente para alcanzar lo que necesita para sí misma?
El hecho es que la gente siempre resulta lastimada cada vez que alguien disputa el orden arraigado desde hace tiempo, incluso gente “inocente”, y a veces no son los mismos inocentes que estuvieron sufriendo a manos del antiguo régimen. Por eso es que cualquier cosa, excepto la completa sumisión al statu quo, es considerada de mala educación. Pero una vez que las ganas de amotinarse llegan, la alternativa a ello resulta impensable (ten en cuenta cuanto piensan aquellos que deciden hacerlo)… y es así que de este modo la adúltera se lo permite, a menudo contra su voluntad —pero sin poder resistirse—, sin poder hacer cosas que lastimen a otros —pero necesaria y definitivamente tiene que hacerlo—. Si estuviera preparada para fuertemente abrazar y proclamar con orgullo sus ilegales deseos (en vez de a la larga rechazarlos, en un ataque de revisionismo lleno de disculpas: “¡No sabía lo que estaba haciendo!”), y hacerse responsable del dolor que más tarde causaría; finalmente, ella tomaría una posición de la cual podría dejar el círculo de dolor que es la economía de escasez del amor. Pero ella carece del coraje y el análisis para este acto definitivo, y es por eso que aún sigue siendo una mera adúltera, una que hace media revolución; y la peor mitad de ésta.
“¿Qué Hay de los Niños?”
“¿Qué hay de los niños?” exigen los guardianes de la burguesía cuando oyen acerca de todavía otro matrimonio puesto en peligro por una aventura amorosa —aterrorizados de que ellos sean los próximos de la lista—. Bueno, ¿y que hay de ellos? ¿Crees que puedes proteger a las nuevas generaciones de la trágica tensión que existe entre la complejidad del deseo, y la simplicidad de las prohibiciones sociales, simplemente con respetar tus propias órdenes? Si sofocas tus propias aspiraciones de felicidad, reemplazándolas en su lugar por esperanzas a generaciones venideras, terminarás sofocando a tus niños, como así también a ti mismo. Tus niños se beneficiarán, creciendo en un mundo en donde la gente se atreva a ser honesta acerca de lo que quiere, sin importarles las consecuencias. ¿Preferirías que aprendan a aplastar sus propios deseos y reducirlos a chatos recuerdos de vergüenza y remordimiento, como tú lo haces?
Y es interesante destacar que la monogamia de la familia nuclear, la cual estos autoproclamados jueces protegerán ante el asalto implícito que supone el adulterio, es la misma que sustituyó a las más amplias, fluidas y extendidas estructuras familiares del pasado. En opinión de muchos, los niños eran mejor cuidados y sus padres disfrutaban de una mayor libertad. ¿Podría ser que el adulterio sea una ciega y desesperada acción de último recurso, desde entre las rejas de las relaciones contractuales y que reivindique la extendida comunidad que una vez fuimos; o al menos actúe como escalón hacia una forma de ella?
El Adulterio es la Fiel Oposición al Matrimonio.
Finalmente, el adulterio sólo es posible porque las preguntas que él mismo realiza quedan sin responder. Al igual que la liberadora de productos, la amotinada, y la suicida, la adúltera solamente hace media revolución: ella viola los decretos de la ley y la costumbre autoritaria, pero de tal manera que permanecen en el mismo lugar, y siguen determinando sus acciones —sean éstas obedientes o de rechazo—. Sería mejor si realmente expusiera quién es y qué es lo que quiere para el mundo entero, sin culpa o remordimiento, y proclamara que ello crea un lugar para ella y para sus deseos —sean los que sean—; luego su propia lucha podría ser el punto de partida para una revolución en las relaciones humanas, de las cuales todos se beneficiarían, y no simplemente un destello de pasión e insurgencia aislada, para ser aplastada antes de que incluso éste sea consciente de sí mismo.
Protejámosla y defendámosla de la vergüenza que le impone esta sociedad, cuando sea que dé ese paso, para que entonces lo pueda hacer; puesto que ella actúa (como lo hacemos nosotros) impulsada por una pasión —que arde inextinguiblemente— por un nuevo mundo.
¡…pues claro, he sido infiel!